lunes, 19 de febrero de 2007

HISTORIA(S) DEL ARTE MODERNO - Carles Guerra

Hasta hace poco la historia del arte moderno parecía condenada a desaparecer, a convertirse en cosa del pasado. Nadie daba un duro por esa disciplina. La figura del historiador y del experto en arte se fundían en un perfil autoritario. El carácter prescriptivo de sus comentarios a menudo resultaba poco grato. Tomando una expresión del filósofo norteamericano Donald Davidson, se diría que la historia del arte moderno cometía un abuso de autoridad de la primera persona.El historiador del arte sería cómplice de elevar juicios subjetivos a la categoría de verdades epocales, de convertir su opinión en dogma. Pero no sólo eso. La historia que se cuidaba de poner en orden el arte del siglo XX empezó a perder peso específico con el descrédito de las narrativas nacionales y el triunfo del internacionalismo. A finales de los 80, Achille Bonito Oliva ya dijo que los artistas de nuestro tiempo no pasan a la historia, sino a la geografía. Algunos museos pautados por épocas, estilos y nacionalidades vieron como del día a la noche su itinerario histórico adquiría tintes sospechosos de inmovilismo y conservadurismo.
El adiós más enfático a la historia ortodoxa del arte moderno lo dio la Tate Modern en el año 2000. Al inaugurar el museo dispuso su colección bajo unos pocos epígrafes que permitían una gran heterogeneidad de estilos, técnicas y autores. Hal Foster, crítico e historiador del arte norteamericano, dijo con ironía que aquello era como decirle a los visitantes del museo: "sírvanse ustedes mismos". La institución londinense prescindía de cualquier esquema histórico y se alíaba con los estudios culturales, un producto anglosajón de pies a cabeza.
Si bien los visitantes del museo londinense alcanzaron cifras récord y los departamentos de estudios visuales han proliferado como setas - un buen negocio para las universidades americanas-, se han oído voces muy críticas con esta forma de empaquetar el arte del siglo XX. La acusación más frecuente es la de hacer un espectáculo a expensas de las obras de arte, dando más énfasis a su valor comunicativo que a su valor histórico. La misma Tate Modern ha escenificado un retorno al orden con la última presentación de la colección inaugurada en mayo del año pasado. La cronología vuelve a ocupar su lugar.
Aunque uno de los refuerzos más significativos de la historia del arte moderno y contemporáneo ha llegado en forma de libro. Cuatro autores vinculados a la revista October,emblema de la crítica de arte izquierdista y de corte académico en EE. UU., han diseñado un voluminoso compendio del arte del siglo XX. Arte desde 1900. Modernidad, antimodernidad y posmodernidad llega a España traducido por Akal, editorial que ha destacado por la introducción sistemática de historiadores del arte contemporáneo en habla inglesa. Hal Foster, Rosalind Krauss, Yves-Alain Bois y Benjamin Buchloh son los autores de este volumen que recoge sus aportaciones metodológicas, a decir verdad las más notables en este campo desde los años 70.
Los especialistas españoles han recibido el libro con opiniones divergentes. Unos lo tachan de tendencioso, por favorecer un canon crítico que empieza a ser hegemónico. Y otros lo reciben como el correctivo a la escasez de propuestas analíticas en materia de arte moderno y contemporáneo. En cualquier caso, para los lectores españoles Arte desde 1900 es un espejo en el que se ve reflejada la disyuntiva a la que se enfrentan instituciones y universidades de nuestro país. El problema sería éste: el peso del discurso mítico sobre el arte no ha impedido que en España hubiera artistas modernos, pero sí una modernidad crítica.
Aquí experimentamos una posmodernidad sin antes haber sido partícipes de una modernidad plena. Mientras en el mundo anglosajón la modernidad fue capaz de desdoblarse críticamente (de ahí el doble término modernity y modernism),lo nuestro fue una experiencia carente de su doble crítico, incompleta y episódica. Los avatares históricos no lo permitieron. Parafraseando a Bruno Latour, nosotros también podríamos preguntarnos si alguna vez fuimos modernos. Aunque algún director general de Bellas Artes, como Javier Tusell, creyó tenerlo todo solucionado el día que el Guernica de Picasso aterrizó en Madrid. Al pie de la escalerilla del avión que traía el cuadro desde Nueva York, dijo que aquello era "en el terreno cultural, el final de la transición". Un falso alivio.
De haber sido así no nos parecería tan necesario un pequeño libro que acaba de publicar Anna Maria Guasch, profesora de Historia del Arte Contemporáneo de la Universitat de Barcelona. En La crítica dialogada. Entrevistas sobre arte y pensamiento actual (2000-2006) esta autora ha reunido conversaciones con Thomas Crow, Arthur Danto, Serge Guilbaut, Griselda Pollock, Lucy Lippard, Douglas Crimp, además de los autores de Arte desde 1900,entre otros. Sus respuestas dan forma a un debate sobre la formación del historiador del arte moderno y su papel en la cultura como agente crítico. La totalidad de los entrevistados proceden de la órbita angloamericana. Pero del mismo modo que Arte desde 1900 ilumina por defecto nuestras carencias culturales, La crítica dialogada nos devuelve una mirada sobre nuestro panorama. A raíz deun seminario sobre Trauma y memoria cultural en el Cendeac de Murcia, Griselda Pollock respondía a Anna Maria Guasch que "la reciente historia española también tiene una deuda con el trauma. Ha habido mucho silencio y mucha represión en los últimos cincuenta años", para luego añadir que sigue creyendo en "los diálogos creativos de la macrohistoria con contextos culturales individuales, en este caso el español". Una vía de trabajo de la que hay que tomar nota.
Porque, a pesar de que estos textos puedan ser despachados como trifulcas ajenas o debates intelectuales secuestrados en su especialidad, son de una pertinencia absoluta para pensar la política cultural que mueve una disciplina, en teoría tan desinteresada, como la historia del arte moderno y contemporáneo en España. Suplen una discusión que aquí no ha hecho más que empezar. Sin que eso signifique que estemos obligados a mimetizar los logros de los demás, ni a abortar nuestra especificidad.
El mismo Hal Foster, acérrimo detractor de cualquier giro cultural, concede la posibilidad de que la historia del arte no sea el mejor de los caminos en nuestro país. Admite que "quizás si trabajara en España, estaría encantado con el proyecto interdisciplinar de los estudios visuales". Aunque a renglón seguido regresa a su trinchera habitual. "Desde el contexto intelectual y académico en el que me muevo, los estudios visuales sólo son una pálida versión visual de los estudios culturales… Pienso que el mejor lugar para seguir reivindicando lo visual sigue siendo la historia del arte."

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